domingo, 11 de septiembre de 2011

No, no acepto.

Apoyé los codos sobre la mesa con gesto anodino.

–Querida, saca los codos de la mesa-apuntó la arrugada pasa que se encontraba sentada a mi derecha.

-Claro, señora Claires-asentí, y con la escasa convicción habitual actué como los demás me pedían. Asqueada de mi vida, era más fácil si al menos no tenía que tomar decisiones que los demás me impidieran realizar.

Mi madre, bien inyectada en silicona, se levantó y dio unos golpecitos en la copa de cristal de murano. Todos los presentes guardaron silencio.

-Como bien sabéis mi hija, Jacqueline…-el resto del discurso me pasó inadvertido, a mí, la joven protagonista de la perorata. Me limité a observar detenidamente a todos los asistentes a aquella insoportable velada. A la derecha, la milenaria y clasista señora Claires, más allá su marido, un millonario depravado que se iba de prostitutas todos los fines de semana a sabiendas de su hipócrita esposa, que prefería sufrir en silencio antes que destapar tal escándalo. Chorradas, todos lo sabíamos. A mi izquierda mi estúpido novio Brian. Todavía no habíamos hecho el amor porque en realidad nunca me había gustado, me daba cierta grima esa manía que tenía de mancharse toda la cara de kétchup cada vez que comía una hamburguesa. Era un asqueroso y dejaba mi libido por los suelos. Enfrente, mi padre, ese ser falto de emociones y de ambiciones, de cualquier hálito de vida en realidad, con millones de dólares en el banco, se limitaba a pasear al perro y a ver porno a las cuatro de la mañana mientras comía grasientos boles de alitas de pollo importadas directamente del KFC. A su lado estaban mis tíos y mi inaguantable y repelente primo Jake, lleno de pecas y con el pelo naranja como las zanahorias que servían de alimento al señor Buggs Bunny, parecía ascendido de las profundidades del propio infierno. Malcriado por sus padres, se entretenía tirándome del pelo y hurgando en los cajones de mi ropa interior. Presidiendo la mesa estaba mi operada madre, con la copa en alto y una dentadura más falsa que los billetes de cuatro dólares, aireaba a los cuatro vientos una buena noticia acerca de mí que todos los presentes acogieron con mucho júbilo. Miraron todos a Brian, yo, contrariada, hice lo propio. Más colorado que el kétchup que derramaba cuando comía hamburguesas, se levanto torpemente de su victoriana silla, una pieza más que añadía mal gusto al resto de la decoración de mi casa. Sacó con manos temblorosas una caja de su bolsillo. Mi rostro perdió color y mi saliva se hizo sólida. Me miró y se agachó sobre una rodilla, yo me eché hacia atrás, arrasando en mi huida a la milenaria señora Claires.

-¿Qué haces?

-Jacqueline Marie Howard, ¿quieres casarte conmigo?-sonrió y vi un cacho de verdura entre sus dientes. Paseé la mirada aterrada sobre todos los presentes que me miraban expectantes, alegres de no ser ellos los que se encontraban en mi situación. Me levanté furiosa, provocando que mi copa se estallara al caer al suelo.

-¿Estáis todos locos? ¡Por el amor de Dios, tengo diecinueve años! Ni siquiera hacemos el amor, te conozco desde que teníamos cinco años y nuestros padres iban juntos al hipódromo.

-Pero, Jacques, yo te quiero

-¡No me quieres, no seas imbécil, Brian!

-Jacqueline, controla tu lengua. Siéntate ahora mismo-ordenaron los artificiales labios de mi cuarentona madre.

-No, no, no puedo

Todo comenzó a dar vueltas, respiré con dificultad y sentí como mi horrible vida había tocado fondo.

-¡No quiero casarme con un niñato ingenuo de diecinueve años que come hamburguesas como si fuera un gorrino y me pide matrimonio con verdura en los dientes! ¡No quiero una madre superficial que valora más mi cabeza por mi reluciente melena que por lo que hay dentro! ¡No quiero un padre para el que su mayor placer sea cortar el césped y comer comida basura mientras ve porno a escondidas de su mujer! ¡Tampoco quiero unos tíos que malcrían a su hijo, ni un primo que me llama “zorrita” y me lanza chicles al pelo! De los vecinos centenarios no diré nada, ellos solo han tenido la mala suerte de vivir al lado de una familia así...

Sentí como quince años de reproches y sentimientos salían disparados por mi boca, como un misil, causando el mismo efecto que ejerce tomar una bocanada de aire tras haber tenido unas manos alrededor del cuello, devolviéndome la poca vida que me quedaba en mi cuerpo.

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