lunes, 26 de septiembre de 2011

Sixteen


La primera vez que la vi, solo tenía dieciseis dulces años. La vida por delante, la perspicacia en sus ojos de gata y la astucia en sus pasos de lince. El ritmo lo marcaba con sus caderas al caminar y las distancias con su mirada, fina como la brisa de enero. Deseada por todos, odiada por todas las demás. La competencia no era un problema para ella, pues nadie le hacía sombra. Tampoco el dinero ni la falta de educación, ella era quien nos daba lecciones a todos sin necesidad de despegar los labios, templados como un anochecer en el mes de agosto. El deseo prohibido de toda una generación, la fantasía de decenas de adolescentes, y no tan adolescentes. La perdición hecha muchacha, mujer. La posesión mas codiciada por todos, unicamente poseída por mí. Nunca pude creerme mi dicha, tampoco la primera vez que sentí su respiración en mis labios, el lóbulo de su oreja entre mis dientes, sus suaves pechos entre mis inexpertas manos. Inadvertido había pasado para todos los demás, quienes no me consideraban nada suficientemente importante como para reparar en mí. Ellos me daban igual, mi mundo pasó a ser ella.
Aún hoy rememoro con frecuencia el contoneo de su cintura entre mis brazos, el baile de sus labios en mi boca, ansiosa de la hiel con sabor a néctar en que se había convertido su aliento para mí. Tentadora al igual que dañina, te hacía caer en el pecado haciendote creer que estabas cumpliendo el noveno mandamiento. Mi único y undécimo mandamiento pasó a ser ella y mi única ambición hacerla mía todos los viernes cuando salía de trabajar en la cafetería en la que se había convertido en el mayor reclamo para la clientela. Aún noto el tacto de su vestido resbalando entre mis dedos hasta el suelo de tierra de aquel aparcamiento y cómo ella me guiaba en mi descubrimiento de los placeres más prohibidos, arrebatándome la inocencia sin que yo opusiera resistencia alguna. Nuestros labios se encontraban, dulces y enfermos, chocando con fuerza y con pasión, devorándonos con frenesí como si el mundo dejara de existir, como si nada ni nadie pudiera vernos, como si fuera a ser mía para siempre. Recuerdo todas y cada una de las veces que la hice el amor como los mejores momentos de mi vida, su mirada clavada en la mía y su sonrisa jugueteando con mis pupílas, hipnotizadas con su hechizo y el de la Luna, único testigo de todo lo que pasó en la parte trasera de mi coche.
El embrujo de los dieciseis terminó y arrastró todo a su paso. Ella desapareció, yo envejecí, el resto del mundo dejó de importar. La encontraron muerta años después, una parte de mi murió con ella, la otra se derramó sobre esa hoja de periódico que me dejó sin un pedazo de mi alma. Cuarenta años después lo que más me duele es que sabía, sé y sabré que ella nunca me amó.

http://www.youtube.com/watch?v=J1vJos6rI_s&feature=related

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